¿Qué vestían, qué preparaban para comer o qué dejaban de hacer las familias hace varias décadas en el Perú por estas fechas?
La Semana Santa es una de las festividades religiosas y culturales más importante del calendario cristiano; sin embargo, con el paso de los años muchas de las costumbres o tradiciones familiares que practicaron nuestras abuelas y padres, han quedado en el baúl de los recuerdos.
Traje oscuro y mantilla
En las primeras décadas del siglo XX en Lima y otras ciudades del país los creyentes recorrían en Semana Santa las siete iglesias con una vestimenta formal. Los hombres vestían terno negro y las mujeres en su mayoría un vestido oscuro también, pero además llevaban mantillas (velos bordados) sobre la cabeza y rosarios en la mano. Esto en señal de duelo por la muerte de Jesucristo.
Ni risas ni juegos
El máximo silencio y recogimiento llegaba a las 3 p.m. del Viernes Santo, hora en que de acuerdo a la Biblia murió Jesús en la cruz. También se escuchaban matracas de madera en señal de duelo. Los limeños vivían la Semana Santa dedicados solo al rezo y a la meditación. Se consideraba pecado u ofensa el reír, cantar, jugar, reñir, hacer travesuras, ingerir bebidas alcohólicas y hasta levantar la voz. A los niños se les narraba en las casas los pormenores de la Última Cena, la Oración del Huerto y los demás episodios de la Pasión del Redentor.
Solo música clásica y películas religiosas
El silencio se apoderaba de la ciudad a partir del mediodía del Jueves Santo. “Todos evitaban hacer el menor ruido e incluso los animales de carga caminaban por las calles con los cascos forrados con tela”, relata una nota de archivo. “No funcionaban y cerraban los bares y restaurantes, cines, teatros y los mercados solo funcionaban hasta las 8 a.m.”. La solemnidad de la fecha era vivida con música clásica que transmitían las emisoras radiales y con películas sobre la vida de Jesús en los cines y canales de televisión.
No se podía comer carne
El Jueves y Viernes Santo era impensable comer carnes rojas. ¿Qué se comía? El bacalao estaba en casi todas las mesas, así como los dulces de Semana Santa, entre ellos el frejol colado y el dulce de higo. El duelo y el recogimiento terminaba al día siguiente, es decir el Sábado de Gloria. Para ese día festivo la tradición era preparar un banquete especial a base de cerdo o el tradicional sancochado. El bullicio también se volvía a apoderar de las calles el Sábado de Gloria. “Los pregones de tamaleras, humiteras y tisaneras, entre otros, volvían a escucharse en las calles. Mientras que en las plazuelas las alegres notas de temas de moda eran interpretadas por las bandas militares”, relatan las crónicas periodísticas consultadas.