En Lima Metropolitana hay cinco distritos que se han declarado en quiebra, y plata en caja sólo tendrán hasta el próximo mes o el siguiente. A partir de allí estarán tan maniatados por esa iliquidez que todos ellos van a verse obligados a suspender hasta los servicios básicos, como aquel del recojo de basura, por ejemplo. El MEF está procurando lanzarles un salvavidas.
Qué contraste con lo que pasa acá en Piura. Entre nosotros hay municipios, cómo el del Veintiséis de Octubre, verbigracia, cuyos alcaldes se la pasan más bien rascándose la panza, por inútiles, y no haciendo obra con la plata que reciben.
Y otros, como el de Castilla, gastando, pero con empresas de mala reputación. Cómo aquella a la que le encargó la remodelación de la avenida Corpac y quedó mal, por no decir pésimo. Y unos más, cómo el de Piura, que quieren pasar a la posteridad engullendo sus presupuestos en obras que cuestan un huevo de plata y son hasta prescindibles por el momento.
Madrid, hasta le anda pidiendo al ministerio de Cultura 57 millones de soles para refaccionar el Teatro Municipal, tumbarse, con ese mismo presupuesto, la plazuela de enfrente y hacer una nueva, y construir, a un costado de ésta, una playa de estacionamiento subterránea, en lugar de solicitarle al mencionado portafolio que se encargue directamente de recuperar esa vieja casona que se cae a pedazos en la Plazuela Merino y que es toda una reliquia histórica. Se la construyó a fines del siglo XVIII. En sus comienzos, allí funcionó el antiguo colegio San Miguel, y cuando los chilenos estuvieron como invasores en Piura, tras la Guerra del Pacífico, cometieron la irreverencia de convertir ese noble local en una caballeriza.
Alguien debería ilustrar a Madrid sobre estas cosas, y hacerle ver que aquella prestancia que Piura tuvo antes no se va recuperar metiéndole sólo cemento, ni destruyéndola para rehacerla de nuevo porque, según él, Piura nació mal hecha. ¡Qué blasfemia! A este Madrid habría que quemarlo en leña verde.
A propósito de eso, un lector y amigo nuestro, nos preguntaba ayer por teléfono, siempre procurando ser un poco delicado con su pregunta, acerca de por qué ese encono que él creía ver en mi contra Madrid. ¿Cuál encono?, le dije. No existe ninguno. Y pasé a decirle que a veces se entiende mal la labor nuestra. De los que realmente estamos metidos en este oficio sea por adicción o porque nacimos con él llevándolo en nuestra sangre desde entonces. O por ambas cosas convertidas en una. Somos críticos por naturaleza, y a veces hasta irreverentes, con el poder constituido. Así sea este pequeñito. Como el que exhibe, por ejemplo, un alcalde. Los malos periodistas, los del montón, los plebeyos, son los que se convierten en waripoleras de la autoridad de turno.
A Madrid le damos palo por sus malos modales (¡Cómo salía a insultar a los vecinos del hoy desaparecido parque "Néstor S. Martos"!), por su vandalismo (usó pandilleros para tomar el parque antes mencionado), por su falta de transparencia, por mitómano, por obstinado, por despilfarrar recursos en obras que no son, por el momento, necesarias, y porque ha demostrado que tampoco es buen alcalde.
La prensa tiene que ponerse a lado del bien común, del vecino, de la comunidad, del pueblo en general. No de quienes dicen representarlos y usan más bien sus cargos para otros fines o para simplemente aprovecharse de ellos sin asco ni remordimientos.