La celebración no solo promueve el consumo, sino que también busca revalorizar una preparación que combina técnica, cultura e historia. Se estima que hay más de 13 mil pollerías en el Perú.
Cada tercer domingo de julio, miles de peruanos se reúnen en torno a una mesa para rendir culto a uno de los platos más queridos del país: el pollo a la brasa.
Esta celebración no solo exalta su sabor inconfundible, sino también su rol como símbolo de identidad nacional. Declarado en 2010 como “patrimonio cultural de la Nación” por el Ministerio de Cultura, este plato se ha ganado un lugar especial en la gastronomía y en el corazón de los comensales peruanos.
El origen del pollo a la brasa se remonta a la década de 1950, cuando el inmigrante suizo Roger Schuler, dueño del restaurante Granja Azul, diseñó una técnica innovadora de cocción giratoria para asar pollos de manera uniforme. Aquel método, permitió preparar múltiples piezas simultáneamente, manteniendo la jugosidad de la carne y ese dorado perfecto que hoy lo caracteriza.
La receta original incluía solo sal, pero con el tiempo se fueron incorporando ingredientes peruanos como ají panca, comino, sillao y cerveza negra. Con el correr de los años, el pollo a la brasa se convirtió en el almuerzo dominical por excelencia. Asequible, abundante y sabroso, supo adaptarse a todos los bolsillos y estilos de vida.
EN EL PERÚ Y EL MUNDO
Actualmente, se estima que más de 150 millones de pollos a la brasa se consumen al año en el país, según cifras de la Asociación Peruana de Avicultura. Es, sin duda, uno de los productos más vendidos en restaurantes, y su popularidad trasciende fronteras, con versiones exportadas a países como Chile, Estados Unidos y Japón.
Así que este tercer domingo de julio, la mesa está servida. Ya sea en un restaurante de lujo o en tu barrio de siempre, el pollo a la brasa convoca, une y celebra.