Seguramente, ahora también van a decir que son cuatro gatos los que supuestamente se oponen a que Madrid remoce el centro urbano de la ciudad. 

Tal como se decía también de aquellos vecinos que salieron a enfrentarlo para defender su antiguo parque, el “Néstor S. Martos”, y aquel pequeño ecosistema que había allí. Dichos vecinos lograron salvar lo último casi a medias, lo primero, no. Aunque tampoco le dieron el gusto a Madrid de consumar su atropello y salir ileso de él. No. Con sus bullas y marchas de protesta, esos cuatro gatos terminaron dejándolo como palo de gallinero. Y hasta ahora, ellos siguen siendo la insoportable e insufrible piedrita que Madrid todavía lleva metida en su zapato.

Su falta de sindéresis y la de quienes buscan ponerse de su lado, algunos por interés y otros por su condición de palafreneros -hablamos de quienes trabajan con él-, vuelven a redundar en lo mismo. En insistir, en este caso de los vecinos del centro de la ciudad de Piura, de ser también apenas cuatro gatos tratando de arañar esos planes de remodelación que Madrid tiene para este espacio urbano. En realidad, cuatro gatos no son. Hay muchísima gente que no reside aquí, pero que se siente conectada a este lugar por lazos afectivos o de negocios. Por último, cualquier cosa que afecte el centro histórico de la ciudad le concierne a todos los que viven, sin distingos de ninguna clase, en esta villa del Señor.

Y eso es lo que no alcanza a ver Madrid por padecer de una seria limitación óptica por su condición de alienígena en Piura. Como que también lo fue Juanjo, su predecesor, aunque éste no tanto en su momento. Nacido en Lima, su carrera de abogado la forjó en Piura. Estudió en la UDEP desde 1999 y, cuando terminó sus estudios de Derecho, Juanjo siguió viviendo acá, arraigándose. En el 2011, hasta se fue a Lima, representando a Piura, a ocupar una curul en el Parlamento de aquel año. Y pese a ese enraizamiento, a Juanjo le faltó de todas maneras aprender a conocer más a fondo a Piura y hasta la idiosincrasia de sus gentes.

En el caso de Madrid, éste tiene con Piura una vecindad más reciente, y el no haber vivido más antes acá -su carrera de medicina la estudió en el Ecuador y cuando la acabó se afincó nuevamente en Tambogrande de donde partió hasta llegar a ser alcalde de este distrito- le impide, obviamente, avenirse mejor con la gente de acá e identificarse con ella. De saberlo hacer, se daría cuenta que no hay otro camino más favorable para hilvanar consensos que éste. Y así se evitaría las resistencias que está encontrando para sacar adelante los proyectos que tiene en mente, y que, por el tamaño de la inversión, son choclones grandes para delectación de su refinado paladar, como lo decíamos ayer. Lo último va sin joda. 

El otro problema de Madrid, aparte de su condición de alienígena -a ver, Xuxi, desperézate y averigua cuáles son los otros sinónimos de la palabra antes mencionada (Xuxi, por si acaso, es el nombre de la jefe de Imagen de Madrid)- es que a Madrid tampoco le gusta condescender o temporizar. A lo mejor se cree el dueño del circo por ser el alcalde de la ciudad y con derecho, como tal, a imponer su voluntad y sus antojos. Cuando no es así. Para él, la consulta vecinal se abrevia pasándola por alto y dando por consumado lo ya resuelto.

Volviendo al tema de lo que Madrid quiere hacer para mejorar el centro de la ciudad, nadie, que se sepa, se opone a que lo haga. Las desavenencias nacen, en primer lugar, porque lo que ya se ha proyectado se ha concebido a espaldas de aquellos vecinos, y porque éstos también están en desacuerdo con los planes que tiene Madrid para la avenida Grau. De todas sus arterias, tal vez ésta sea la más emblemática del centro histórico de Piura. ¿Para qué quitarle ese atributo por un mal entendido concepto de modernidad? ¿Para qué?.

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