En política cambiar de partido no es mudar de calzoncillo. Es un desgarrador cambio de piel. Te mudas del hogar querido para perpetrar una aventura incierta. Jorge Idiáquez el inseparable guardaespaldas de Haya advertía que las  deserciones no faltan en  los partidos  políticos. Y con verbo sentencioso decía: son los traidores ideológicos, apóstatas  cívicos  de una doctrina que se presume conocida, aprendida y asumida.


Según el DRAE: Apostasía: procede del latín. Tardío apostasĭa, y este del griego. ἀποστασία apostasía.  Acción y efecto de apostatar. Son sinónimos anotados de apostasía: abjuración, retractación, perjurio, renuncia, abandono, deserción, repudio, traición, deslealtad. Los significados hablan por sí mismo. Es la leche de la traición con nata propia. Para el cura don Jesús Santos García, personaje de las novelas de Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez los apóstatas son la legión  de seguidores de Judas. El auditorio colegial lo contemplaba con los ojos desorbitados. 
El club de los traidores no era el Ignacio Escudero del barrio norte ni el Estrella Roja del barrio sur. Según el doctor Luis Ginocchio, estudioso de Dante: En el canto trigésimo cuarto del Infierno Dante Alighieri sitúa en la cuarta zona del noveno círculo, en el hielo del Cocito, el lugar de castigo de los traidores expertos mordedores de la mano de sus benefactores. De modo que se trata de un asunto serio. Un ganarse un lugar en el mismo infierno.
Sin embargo, hoy en política  donde  la militancia es un ejercicio de oportunismos bien vale recordar que los que mudan de piel tienen la piel marcada  por  la viruela negra de sus ambiciones. Otros son los que edifican  con IA sus proyectos  políticos que no son otra cosa que artificios retóricos y cuentos pasados de moda en donde los lobos para no espantar a las cojudas ovejas se proclaman  a viva voz vegetarianos. La voracidad carnívora subyace en el interior. Los antecedentes políticos para muchos son un prontuario policial. Para otros un recorrido por todas las cofradías habidas y por haber. 
A otros les encanta el billete que aportan ingenuos  con el desnudo propósito de obtener beneficios económicos al final de las elecciones. Para el memorioso Monseñor Oscar Cantuarias la fe de los piuranos es un tanto sospechosa. Pues  se hincan en el templo  ante Dios y a la semana siguiente se enrumban a la laguna negra de las Huaringas  a ofrendar sus calzoncillos al diablo. Otro tema preocupante de Monseñor era el definir a Piura como el escenario perverso del nepotismo. Nepotismo de la sangre que busca sin límites colocar a los familiares, parientes y entenados. Nepotismo del partido que descose las planillas  de los municipios y el gobierno regional. En donde sin merecimiento se colocan sartas de inútiles.  El remate de esta tortilla burocrática es el nepotismo de la amistad y el afecto que coloca a los amigos en los denominados cargos de confianza. Por supuesto que los recursos públicos se consumen improductivamente. Mientras en materia  de obras públicas y solución de los problemas citadinos nos movemos a ritmo de cangrejo. 
Todo proceso político  es sin duda, beneficiarse con la tinka laboral tras la coyuntura política que hacina los gobiernos locales, distritales y  provinciales. El propio gobierno regional se convierte en el campo ferial de las ambiciones. Realmente nuestras dependencias públicas  están sobrepobladas de personal inepto repuesto por kilos de reposiciones por mandato judicial  en donde el estado pierde por goleada y se pulverizan los presupuestos  para inversiones.  El gasto  de mantenimiento de esta estructura  burocrática es oneroso y muerde lo que se invierte en favor del bien común. Esta extendida y mala práctica no tiene cuando acabar.
No existe la meritocracia. Los cuentistas del desarrollo que no son pocos son expertos en el  rito del copia y pega de proyectos, opiniones y viejos cuentos chinos hoy tan de moda con fraseología manida y vacía. Hablan de equidad y no la practican, luchan contra el hambre pero se desviven  por el pollo, no comen pescado porque que el olor del peje se pega en la olla. Por supuesto que la anemia el déficit de hierro consume a nuestras criaturas. El dengue y la tuberculosis consumen a muchas familias de la periferia urbana.
Tenemos que atender con urgencia a nuestros jóvenes ante la imposibilidad de un trabajo digno acaban  en la delincuencia. Numerosas pandillas motorizadas y armadas son una amenaza para la tranquilidad pública. La trata de personas está la orden del día y el meretricio furtivo y clandestino intranquiliza la ciudad. De estas amenazas urbanas muchos jóvenes son víctimas pues les arrebatan sus mochilas con sus laptops. 
La ciudad misma luce como una aldea abandonada pintarrajeada por pervertidos grafiteros que  la rayan  con sus marcas brutales en donde hay espacio visible como en la avenida Irazola y hoy la avenida Sánchez Cerro. Esa fascinación por y el trazo enfermo y falta de creatividad  atemoriza a propios y extraños. Son marcas atributos de la demencia. El arte urbano de Banksy, Basquiat, Harin, White genuinas demostraciones de creatividad en donde aflora la belleza y la imaginación potente.
El año se nos escurre entre los dedos. No hay nada que celebrar. Nos solazamos con ese ayer de la banca regional que ya no existe, con la desaparecida Textil Piura, la quiebra de la Caja Municipal de Sullana o la agonía indetenible de El Tiempo y La Hora. Roque Carrión, insistía en llamar la atención del tesoro fotográfico de don Arturo Davies, Este valioso patrimonio merece  su conservación  porque atesora valiosos recuerdos de unas pupilas excepcionales. Roque se fue pero su recado postrero sigue vigente. Muchos valiosos archivos fotográficos han desaparecido. Masías, el ecuatoriano Manuel Quiroz, Arturo Chunga preservaban  un genuino tesoro de los piuranos y sus vínculos familiares. El archivo fotográfico de Correo fue consumido por el fuego al igual que parte de su hemeroteca. Los archivos del CIPCA pasaron a la Universidad Nacional de Piura. Son un material valioso de estudio. Piura en sus 492 años, es escenario de la demolición de sus casonas, la tala de sus algarrobos y de una reconstrucción tantas veces postergada.  Como en los sentidos versos de Miguel Correa Suárez: “Que pena me da mirarte, cuando te miro,/Ay, que pena me da saber, lo que has perdido,/Que pena me da mirarte, cuando te miro,/ Ay, que pena me da saber, lo que has perdido”.

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