¿Cómo pudo un hombre tiranizado por la pobreza y la miseria escribir como lo hizo y mantener a flote una vocación literaria? Hay dos razones que lo convierten en un modelo: un talento cultivado a pesar del acecho del delirium tremens y una ardiente convicción, como lo quería Patricia Highsmith. 


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Según Patricia Highsmith, en la historia de las dificultades psicológicas y materiales que enfrentan los escritores «solo los que tienen una ardiente convicción consiguen salir adelante».  ¿Qué clase de personas son quienes consiguen remontar las dramáticas limitaciones de una vocación literaria? Y, sobre todo, ¿qué significa una ‘ardiente convicción 'y cómo se consigue? 
La voluntad de quienes se imponen sobre los demonios propios y ajenos es añeja en la historia de la literatura. Pero en el caso de Edgar Allan Poe adquiere ribetes excepcionales. En su caso, creo, la lucha contra ambos tipos de demonios fue férrea, descomunal y paralela y lo llevó al desarrollo de un tipo de literatura enraizada en su propia biografía.
Los seres humanos somos una suma de azares y anhelos que, a veces, coinciden y, en otras ocasiones, se bifurcan con consecuencias fatales. En Poe esta bifurcación está presente desde el comienzo de su vida: por un lado, un largo camino de estrecheces, malentendidos y mezquindades luego de la muerte temprana de sus padres; y, por otro, un permanente y enfermizo empeño en llegar a la condición de escritor (primero como poeta y luego como narrador).
Todo lo que le sucedió haría trizas cualquier deseo y vocación: las mujeres que amaba (incluida su madre) se morían o desparecían antes de que llegara a rozar la felicidad; la pobreza parecía adherida a su piel y cada vez que pedía ayuda la desgracia llegaba más rápido que la solicitud de ayuda; la gazmoñería propia del siglo XIX lo condenó a ser un ‘anormal’, visión agravada por su gusto por el alcohol y el delirio creativo; en pocas palabras, todo le salía al revés, nada le funcionada según lo planeado. 
Y, sin embargo, su convicción era ardiente; es decir, apasionada, fogosa, enérgica, vehemente y activa; nada, ningún demonio exterior, la podía detener; tampoco los demonios interiores. Edgar Allan Poe, presumo, estaba dotado de una naturaleza extraña: las tinieblas lo seducían, el dolor le era consustancial y la luz, la de la vida y la de la literatura, le era esquiva cuando más la necesitaba. En un ensayo biográfico, Julio Cortázar cuenta que desde niño Poe temía la oscuridad y albergaba una tendencia muy dada a los delirios. Tal vez de allí proceda esa irreprimible atracción por lo sombrío y lo fantasmagórico.
Su grandeza literaria se debe, en todo caso, a una decisión consciente: usar como materia prima para su poesía y su narrativa el universo profundo de su mente y arrancarle a la sombra y al misterio los mejores elementos para componer los escenarios de su imaginación. Poe no huyó de la oscuridad, fue a su encuentro, de allí sacó lo mejor.
Trasmitir y darle forma a ese mudo complejo le resultó arduo, pero él estaba dotado de un gran talento para la escritura. Conocía la novela gótica inglesa y la narrativa alemana romántica de misterio y estaba imbuido de un gran conocimiento de la teoría de la composición. En su ensayo "Filosofía de la composición", resalta, por ejemplo, la unidad de efecto que no es otra cosa que determinar o saber qué resultado le gustaría tener al autor  de los lectores y llevar todo ese efecto a la totalidad de una historia o un poema. En otras palabras, usar la técnica y los sentimientos en proporciones adecuadas. Poe abrió, asimismo, un camino fundamental en la narrativa a partir de sus búsquedas y obsesiones. A él se le debe el desarrollo del relato basado en los sucesos, hechos y situaciones; el otro camino, liderado por Antón Chejov, es el de los relatos de atmósfera o tono. 
Se escribe ficción, dice la novelista Eugenio Rico, para colmar los sueños de las sociedades. Al parecer, la mente humana no puede soportar la realidad sin los sueños, y los encargados de que esto no ocurra son precisamente los escritores. Estos narran muchas veces sueños perturbadores, pesadillas, misterios que leemos, unas veces con disimulo y, otras con gran fascinación. Poe, por decirlo de alguna manera, legitimó ese lado oculto de esos grandes relatos. Para esto, para provocar la unidad del efecto, situó las locaciones de sus cuentos en los paisajes sombríos de la Europa gótica; en realidad, como dice Carlos Fuentes, ni siquiera hizo eso:  esos paisajes no son estrictamente físicos, son los “de su propia alma”, los de “la cara nocturna de la vida” y la noche de la existencia.
Rico dice también que la forma más terrible de matar a un hombre es no dejarlo soñar, ¿pero ¿qué ganan quienes escriben fábulas, cuentos, novelas, obras de teatro y poesías? ¿Cuál es el milagro, recompensa, justificación o ideal por el que vale la pena hacer de las noches días o apartarse hasta cierto punto de la rutina del mundo? La respuesta está, en cierta forma, en la vida y obra de Edgar Allan Poe.

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