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Lun, Sep

Hasta el día de hoy

Hasta el día de hoy

Sociedad
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ELLA les decía a sus hijos, siempre con el gesto adusto, que no olvidaran, al despertar y levantarse de la cama, de arreglarla.

De dejarla tal como la encontraron a la hora de acostarse. Las sábanas, las cubrecamas y las frazadas en sus respectivos lugares. Ella iría después a terminar de ordenarlas o a cambiarlas, si eso era lo que tocaba hacer.
LO cierto es que no perdonaba que se trasgrediera esa regla. En su aplicación era sumamente rigurosa, como en tantas otras cosas. No consentía, por ejemplo, que alguno de sus hijos se sentara a la mesa sin camisa o con el dorso desnudo, o hablara mientras masticaba lo que se había llevado a la boca. Ni que partieran al colegio con los zapatos sucios o sin lustrar. Hasta quería que brillaran. Era todo un caso esta señora.
PASABA revista a las habitaciones de los hijos varones como a media mañana o tan luego los veía partir al colegio. Le enfadaba encontrar alguna cama desarreglada, y para descargar su enojo o su disgusto arrojaba al piso todo lo que había sobre ella. De vuelta a casa, el infractor recogía del suelo cada una de esas piezas para volver a ponerlas en su sitio, esta vez bien dispuestas y alisadas como para dar a entender que el mensaje, con su llamada de atención, había sido bien recibido.
UNO de aquellos hijos era yo, y esa norma materna se convirtió con el tiempo en hábito. A A tal punto que esta costumbre de arreglar la cama tan luego uno se levanta de ella prendió tanto que hasta ahora dura. La repetimos y la manejamos siempre, y más todavía cuando estamos de huéspedes en casas ajenas y hasta en los hoteles. Aquí, a sabiendas de que no deberíamos hacerlo. Para eso están quienes se encargan de la limpieza de cada habitación.
LO curioso, lo que tampoco llegamos a entender, cómo es que este hábito ha podido domesticarnos tanto que obedecemos a su mandato casi de manera automática, y la única vez que no lo hicimos fue porque andábamos contra el reloj y había que salir corriendo del hotel donde nos habíamos hospedado para llegar a tiempo a nuestro siguiente destino. De todas maneras, partimos con el mal sabor de no haber hecho lo que nos exigía hacer nuestra madre cuando vivíamos con ella y nos enseñaba, según sus palabras, a ser buenos cristianos.

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