No se la pierdan

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Nacional
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PASEOS y parques del amor existen en todo el país. En Lima hay uno que mira al mar. Se encuentra en Miraflores. En el centro de este pequeño prado, Víctor Delfín, famoso artista piurano nacido en Lobitos, esculpió una escultura. En ella se ve a una pareja dándose un beso.


DESDE allí, los atardeceres son de película. Arrobadores. Enamorados y turistas de todas partes concurren hasta aquí para contemplar alegres y felices esas memorables puestas de sol. Cuando el alcalde de Miraflores de aquel entonces, Alberto Andrade, decidió construir este parque lo hizo con el claro propósito de que hubiese en su distrito un lugar amable y acogedor para todos los enamorados, y donde “nadie los joda”. Palabras textuales de Andrade, según Delfín.
Y ya para no ir muy lejos con esto de los parques del amor, Tumbes también tiene el suyo, a un costado de la ribera del río y por donde empieza el malecón Benavides, uno de los más monumentales de los que hay en el país. Lo construyó un alcalde – Ricardo Flores- con la idea fija de que ese malecón identificara a Tumbes a nivel nacional, de la misma manera como lo hace el Misti con Arequipa, el Arco del Triunfo con Tacna, o los algarrobos en relación con Piura. Tumbes tiene, además, una preciosa Isla del Amor. Vayan y no lo hagan solos. Vayan bien acompañados.
DECIR que Piura tampoco es la excepción en cuanto a paseos o parques del amor formalmente reconocidos, sería mentir. Hasta antes de las torrenciales lluvias del año 1983, el antiguo malecón Francisco Eguiguren, entre el antiguo Puente Viejo y el viaducto de la Sánchez Cerro, donde sigue hasta ahora, servía informalmente para eso. Donde los enamorados anclaban para languidecer de amor y decirse cosas bonitas.
TAMBIÉN se iba allí para tomar el fresco de la tarde o para ver pasar las alborotadas aguas del río en épocas de avenidas. Ambas cosas bajo viejos y frondosos algarrobos que eran parte de la decoración de este tradicional paseo de aquella Piura que casi ya no existe. Con sus banquitas de madera pintadas de verde y sus barandas, del mismo color y material, curvándose cada cierta distancia.
PERO mucho más antes de la conversión del viejo Malecón Eguiguren en un informal nidito de amor para las parejas de enamorados de entonces, hubo otro, éste sí furtivo, allá por los años 50. (Continuaremos).

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