La filosofía trabaja con ideas, y estas se apoyan en conceptos científicos. Así, la idea de libertad puede sostenerse en la economía (libre mercado), el derecho (libre tránsito) o la física (caída libre). En ese sentido, esta novela de Luis Eduardo García es una filosofía de la memoria.
Si reconstruimos el ámbito novelesco, podemos hallar fuentes científicas de naturaleza médica, sociológica, química, psicológica y hasta sexológica, que dan pie a sostener una idea filosófica de memoria.
Por lo tanto, la novela es una historia cargada de filosofía, o una filosofía que se ha vuelto historia, con el fin este último de ejemplificar las reflexiones que aparecen a lo largo de la trama, y puedan fondo y forma encajar como materia y contenido.
Justamente, el lugar donde se encuentra esa idea de memoria está en las reflexiones necesariamente escritas, y esta intención se encuentra muy ligada a lo dicho por Borges: “El libro es una extensión de la memoria”. Así lo sella el narrador en su último capítulo: “El lugar de la memoria está en los escritos que me legó” (p. 264).
Cayetana, cuyo padre, Amado, va perdiendo la memoria poco a poco, se propone cuidarlo y darle sentidos de vida más intensos antes de que aquello ocurra. Son estos dos individuos, narradores en primera persona (focalización variable), los que discurren su filosofía, que cabe señalarla como “dialógica” y no “dialéctica”, pues se armonizan en lo fundamental.
El valor positivo que alcanza la memoria por encima de otras ideas se expresa en un diálogo de padre e hija: “—Claro, pero han perdido sobre todo algo que no es material. / —La paz, la justicia, el amor / —No. Algo más importante. / —¿Qué? / —Se han quedado sin memoria” (p. 134).
Amado adquiere una obsesión debido a la pérdida paulatina de sus recuerdos más próximos, y por eso decide abarcar un estudio más allá de su yo: “Mi memoria está fallando de a pocos y yo quiero averiguar cómo funciona la memoria social” (p. 125), incluso brinda datos médicos a lo largo de la novela: “Las coordenadas de la memoria en el cerebro no están todavía bien localizadas por la ciencia” (p. 125).
Como no hay filosofía sin sorpresa y sin pregunta, los cuestionamientos de tipo ontológico y lógico también rodean la historia: “¿Fue la soledad lo que lo arrastró a esta situación? ¿Si hubiera vivido en compañía o menos solo, su memoria hubiera permanecido intacta?” (p. 87), “¿Cómo va a desaparecer el amor que codificó, almacenó y recuperó hasta hace poco en su cerebro? (p. 186), “¿A qué velocidad corre el olvido? ¿A qué ritmo desaparecen los recuerdos?” (p. 219), “¿En qué se convierte uno cuando se borra su disco duro, su diccionario privado, su almacén del tiempo?” (p. 222), “¿Por qué si estamos llenos de memoria existe una enfermedad que nos deja sin ella?” (p. 261).
Amado, el protagonista, es un poeta y un lector apasionado (“Fernando Pessoa, su escritor fetiche”, p. 203). El estereotipo del poeta es el apego a la soledad, la tendencia al fracaso vivencial y la idea de que es todo alma, todo sentimiento, todo “mente”, es decir, todo “memoria” (la parte introductoria define al ser humano con una metáfora copulativa, con fondo reduccionista: “Somos memoria”, p. 16). El ataque a la memoria es la destrucción de su esencia, el fracaso más inmenso y el fatalismo más indeseado. Esta novela es una tragedia sin la dramatización ni la muerte, sino solo con la extinción de la memoria.